miércoles, 18 de noviembre de 2015

LOGRO DE PLAN LECTOR

El moro
El Moro nació en una noche estrellada a las orillas del río Funza, en la hacienda Ultramar, ubicada en la Sabana de Bogotá, de propiedad de don Próspero Quiñones. Pocas horas después de su nacimiento estuvo a punto de morir (a pesar de que en esa entonces él no tenía ni la "menor idea de la muerte") en un pantano, de donde fue sacado por el mayordomo y el amansador de esa finca. Entonces comprendió que "el mundo donde nació sólo ofrece peligros y amarguras". Más tarde habría de entender "lo absoluto del señorío del hombre sobre los seres de mi especie".
Tras pasar en el potrero días muy agradables retozando con los demás potros, y oyendo las conversaciones que acostumbraban tener las yeguas, con lo que se distraía y empezaba a conocer el mundo, le colocaron la jáquima (cabezada de cordel, que suple por el cabestro, para atar las bestias y llevarlas) y lo trasquilaron, luego de haberlo sometido a la fuerza. Así empezó el doloroso y salvaje proceso de domesticación o amansamiento.
Su madre, que se llamaba La Dama, tuvo otro crío, pero el Moro lo despreció porque era un muleto, producto del apareamiento de su madre con un asno o burro. Por esta razón no quiso saber nada de él, y lo desprecio. "Instintivamente volví las ancas hacia donde estaba, y produciendo el sonido, asaz contumelioso, que suele acompañar a tales actos, disparé al aire un par de coces, dedicándoselas acá en mis adentros al bastardo orejudo, a quien no habría reconocido por hermano ni aunque me lo hubieran predicado frailes descalzos… Desde entonces quedaron relajados los vínculos que me unían a mi madre, y mi trato con ella empezó a adolecer de una frialdad muy sensible; pero no puedo ocultar que los desvelos y las caricias con que mi madre favorecía al animal ese, excitaban en mi pecho celos y envidia".

Tiempo después, aún siendo potro, fue vendido a don Cesáreo, vecino de don Próspero, y su nuevo hogar fue la hacienda Hatonuevo. Su nuevo amo, que no gustaba de potros cerreros (bestias sin domar o amansar), lo compró precisamente por su mansedumbre.


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